06 de novembre 2009

No dejar-se menjar la moral

Transcrivim  l’article de Josep Maria Puigjaner publicat a "La Vanguardia" el passat divendres 30 d’octubre. Quan tantes de les coses que passen al nostre entorn conviden a la desafecció i al desànim aquestes paraules d’en Josep Maria són molt encoratjadores.

Mucho se está escribiendo del pésimo momento que atraviesa Catalunya. Nos balanceamos entre el fraude, la mentira, el robo, el abuso de poder o el clientelismo político. No nos acabamos de creer lo que se nos ha venido encima y nos preguntamos por qué esta sociedad que tiene una trayectoria histórica, con salvedades, decorosa, ha ido cayendo por diversos resbaladeros. Pero no hay que dejarse comer la moral, porque la buena gente existe y está dispuesta a mantener enhiesta la bandera de la honradez, de la rectitud y del trabajo bien hecho. Tenemos líderes del espíritu como Pere Casaldáliga, de la cultura como Miquel Batllori –del que celebramos el centenario–, tenemos personas que están en instituciones y entidades esforzándose para sacarlas adelante y servir al país. Esos hombres y mujeres nos dicen que no todo está perdido y que el propósito de recuperar el nivel moral es lo único que ahora importa.

Conviene preguntarse por las causas que han desencadenado tamaña situación. No me importa contestar con una opinión quizá no socialmente correcta: vivimos una etapa de la humanidad en la que se han tirado por la borda ciertos valores universales, atemporales y eternos, y muchas personas han optado por el olvido de la trascendencia. No hacemos caso de nada, ni nos preocupa ninguna cosa que no esté en el tiempo o que caiga fuera de lo experimentable. Somos víctimas de un nihilismo que, aunque a menudo se da de bruces contra las preguntas últimas sobre la vida, la muerte o el universo, nos impide reaccionar. Esta es, con todas las excepciones que se quieran, la temperatura helada de la existencia contemporánea.

Es muy posible que no sean hoy las religiones las que puedan orientar, como en tiempos pasados, a una humanidad que busca el norte de la brújula. Probablemente, las religiones podrían señalar caminos si hubiesen evolucionado al ritmo de la ciencia y de la cultura. A los hombres y a las mujeres de hoy no nos amparan ya las apelaciones celestiales ni las seguridades bíblicas de antaño. Nuestra mayor aspiración es creer, o volver a creer, que el bien y la bondad van a seguir teniendo su oportunidad y no caerán en el abismo. Estamos a tiempo de recuperar un ideal de civilización que nos rescate de las garras de la desazón por el dinero y de la imbecilidad general que nos acecha. ¿Se despertará en el cristianismo actual el propósito de contribuir a esta inaplazable tarea?