10 de maig 2010

"Església a l'abisme"

Tot seguit es reprodueix l'article de Josep Maria Puigjaner publicat a "La Vanguardia" el passat dimarts dia 4:

Iglesia en el abismo

Cristianos de todo el mundo lamentan los casos, demasiado reiterados, de pederastia entre sacerdotes i religiosos, e incluso en algún obispo. Algunos estudiosos de este fenómeno señalan una escasa relación entre la práctica de la pederastia y el celibato eclesiástico obligatorio. Como si este fenómeno fuese independiente de la situación celibataria. Una situación de vida normalizada en lo sentimental, en lo emocional y en lo sexual conlleva un equilibrio vital que muchos célibes no logran en su estado. Es congruente que el desequilibrio inducido por la abstención física y psicológica sobre el otro sexo desemboque a menudo en prácticas abominables que violan la inocencia de los niños. Sé, con todo, que un elevado nivel de vida espiritual puede sublimar esa abstención y dar unas magníficas trayectorias humanas. Este problema no es el único que tiene la Iglesia hoy.

Hace tiempo que decimos que millones de católicos se sienten alejados del Vaticano porque rehúsa el matrimonio de los sacerdotes, la ordenación de las mujeres, el uso de preservativos, y no trata a fondo la problemática de los homosexuales y de los divorciados. Ello causa el hastío y la indiferencia que señalaba el jesuita egipcio Henri Boulad en un documento a Benedicto XVI, en que se hablaba “abismo en el que va cayendo nuestra Iglesia”. La Iglesia jerárquica no está siendo un factor de vivificación profunda en buena parte del mundo occidental. No acaba de introducirse en la sociedad tal como es, con sus avances científicos y tecnológicos y con los nuevos estilos de vida que afectan a creyentes y no creyentes. No ha hecho el esfuerzo necesario para hallar el nuevo lenguaje que le permita ser interlocutora válida en la resolución de problemas de la humanidad. Su presencia es átona, momificada e incapaz de abrir nuevos caminos al espíritu o proponer nuevos objetivos que alcanzar.

Dos son los condicionantes que paralizan a la Iglesia y le impiden abordar la problemática del mundo actual. El miedo y la pereza. Miedo a equivocarse, a perder una situación de privilegio y a aceptar que la mujer entre, en pie de igualdad con el hombre, a formar parte de la estructura y de la vida de la institución. Y pereza de pensar, de arriesgarse y de revisar a fondo su eficacia espiritual. Sé que la tradición es importante para la Iglesia. Pero recuerdo la advertencia del ensayista Henri Fesquet: “La tradición es el progreso de ayer; el progreso es la tradición de mañana”.